Deporte Risaraldense

Homenaje al futbolista que no pudo gambetear el cáncer

MARÍA EDITH, SU MADRE; Y JUAN MANUEL, SU HERMANO.

En el mundo del fútbol se dice que “El futbolista muere dos veces: cuando se retira y cuando muere físicamente”.

A Andrés Felipe Arroyave Cartagena (29 de junio de 1990 – 9 de febrero de 2018) la muerte empezó a rondarlo en la plenitud de su vida deportiva, lejos de La Virginia, Risaralda, donde nació y en donde dejó marcada una historia: el único jugador profesional de ese municipio que ha tenido trascendencia internacional.

Secuencia de imágenes de Arroyave jugando para el Inti Gas.

 

La “parca” como la llamó en su último editorial de El Imparcial el decano del periodismo pereirano Libardo Gómez Gómez, – cuando también un cáncer ya lo resignaba al sepulcro – cercó al joven jugador tres años, desde cuando le empezó un dolor “bajito”, justo cuando iniciaba la temporada con el recién ascendido equipo peruano Sport Loreto, al que llegó como la gran contratación, luego de haber debutado en el fútbol de ese país con el Inti Gas de Ayacucho, escuadra a la que le prestó sus servicios durante dos temporadas (2013 – 2014).

“Mire, ahí está el futuro de ustedes”, le dijo el entrenador Mario Hincapié Hoyos (hoy director de Deportes de La Virginia) a los padres de “Cartagena”, cuando a los 7 añitos llegó a la escuela de fútbol de ese municipio.

El niño que nació de la unión de María Edith Cartagena Echeverry y de un padre que lo abandonó cuando era bebé, estaba destinado para jugar fútbol.


“Siempre era con un balón; él desde los dos añitos jugaba con mi marido (su nuevo padre) en el andén o en el parque; nosotros éramos muy pobres: el mercado nos los regalaba un cuñado; los primeros guayos se los dio una amiga mía que ahora vive en Chile; había que pagar en la Escuela y a lo último no le cobraban; él estuvo en todas las selecciones Risaralda: la preinfantil, la infantil, la prejuvenil y la juvenil; nosotros lo acompañábamos a los partidos, pero él se avergonzaba de nosotros porque sus amiguitos le decían que qué familia tan rara: imagínese, él, negrito por  el papá chocoano, y mi esposo mono ojiazul (sic)”, relata María Edith Cartagena Echeverry, tratando de tener en su mente al Andrés Felipe futbolista y no al hijo enfermo, al que le dedicó todas sus fuerzas, todo su cariño de madre, todos sus llantos – a escondidas de él -, todas sus plegarias durante los tres años que estuvo permanentemente a su lado, mientras Andrés Felipe intentaba entender por qué a él le dio ese cáncer de colón que posteriormente le hizo metástasis en los pulmones, en el estómago y en el hígado, y al que no pudo gambetear con la habilidad con la que dejaba adversarios en el camino, en las canchas de Colombia y de Perú.

Alirio Arroyave le dio su apellido pero a él ya lo conocían como “Cartagena”, por llevar el de su madre, y así se hizo conocido en el fútbol de Colombia, desde cuando se vinculó al Deportivo Pereira, su primer equipo profesional.

En el Deportivo Pereira 

Según estadísticas del periodista Hugo Ocampo Villegas, aportadas para esta semblanza, “Arroyave Cartagena jugó 76 partidos con el Deportivo Pereira, entre Liga A, Primera B, Copa Colombia y Promoción, y convirtió 7 goles. Militó en el Pereira del 2007 al 2012. Debutó en la última fecha de los cuadrangulares de la Liga A del 2008, el 14 de diciembre, en el partido Pereira 3 – América 1”.

Tomada de El Diario. Arroyave en el Pereira.

El estadígrafo Ocampo Villegas añade que Andrés Felipe marcó su primer gol en la Copa Colombia el 14 de abril de 2010, en el triunfo 2-1 del Deportivo Pereira ante Deportes Quindío.

Los siete goles que anotó con la camiseta del cuadro matecaña se distribuyeron así: 4 en Copa Colombia, 2 en la B y 1 en Liga A.

En Perú fue “El Rayo Arroyave”, porque al igual que en el andén y en el parque junto a su casa, la escuela de La Virginia, las selecciones Risaralda, un fugaz paso por entrenamientos en inferiores de Santa Fe, el Campamento del Milán, Rosario Central en Argentina (donde entrenó) y el Deportivo Pereira, su marca registrada era la gambeta y la velocidad.

Su técnico en Perú, el antioqueño César Tabares (exjugador del Deportivo Pereira) dice que Arroyave era un Carlos Darwin (Quintero), “pero él no había alcanzado la trascendencia internacional de Quintero”.

“Andrés Felipe era impresionante en espacios reducidos”, dice. De él tiene muchos recuerdos: uno de ellos, cuando renunció como técnico de Inti Gas, y Arroyave Cartagena se le acercó y le dijo que él también se iba del equipo. Tabares le habló duro: ¡usted se queda aquí!

Un año y medio después sería este mismo entrenador el que lo pide para Sport Loreto. “Estábamos en plena pretemporada y el jugador va a mi habitación y me dice: profe, no me deje morir acá; déjeme morir en mi casa. A mí me dio susto por la manera como me lo dijo, por la expresión en su rostro; él ya venía enfermo y se le habían hecho exámenes y procedimientos, pero unos días estaba bien y otros mal; entonces llamé al presidente del equipo para que autorizara su viaje a Colombia”, relata César Tabares, quien nunca pudo alinear al jugador de La Virginia.

“Lo más destacado de Andrés Felipe era el cambio de ritmo y la velocidad para sacarse a los rivales; el 1-1 lo manejaba muy bien”, explicó Rubén Darío Zapata, entrenador departamental de fútbol, que también vivió todo el proceso deportivo de este joven jugador, al que la muerte no le podrá borrar esa característica sonrisa que se dibujaba en su rostro y que está grabada en la mente de quienes lo conocieron.

“Mamá, tengo un dolor muy maluquito”, dijo en su casa de La Virginia unos días antes de viajar a Perú para iniciar pretemporada con su nuevo club, en Pucallpa (ciudad ubicada en la selva amazónica). El diagnóstico en esa oportunidad fue infección intestinal.

 

Se voló del hospital de Lima

“Yo era marque y marque y Andrés Felipe no me contestaba, hasta que por fin me comuniqué con él: Mamá, estoy muy enfermo, yo no sé qué tengo, es un dolor que no se me quita”, me dijo.

Que era pancreatitis, que era una cosa, que era la otra, le hacían exámenes y no le encontraban nada; cuando menos pensé, dizque le sacaron el apéndice, entonces yo me fui para Perú; lo cuidé como 5 días. Yo me vine para Colombia un jueves. El viernes, el sábado y el domingo no me contestaba, hasta que por fin hablé con él.

“No amá, estoy acá, acá otra vez en el hospital; otra vez me dio el dolor”.

Desde Pereira el doctor Nieto (Carlos Eduardo) acompañó el proceso y le sugirió que se fuera para Lima. “Yo aquí estaba desesperada; lo llevaron para Lima, él estaba abandonado, solito y se voló de ese hospital como a las 3:00 de la mañana; se fue para el aeropuerto y llegó a Bogotá con ese dolor, haciéndose el fuerte; luego llegó a Pereira y cuando lo veo con ese pelero, tan flaco, tan pálido, arrastrando esa maleta (llanto y silencio); amá, yo no aguanto, me voy para el hospital, me dijo en el aeropuerto de Pereira; todo lo que comía lo vomitaba; en el hospital dijeron que era una peritonitis; a los 10 días me decía, mamá yo tengo el mismo dolor, y volvieron a operarlo en el Hospital San Jorge”, recuerda su madre.

“Señora, me voy a meter a operar, pero sinceramente no sé qué voy a encontrar. Firme acá, porque no sé si él va a salir de esa cirugía”, le dijo el médico un martes 17 de marzo “que nunca se me olvida”.

“Venga mamá”, le dijo el mismo doctor al finalizar la operación

  • Ay, ¿qué pasó? ¿se me murió mi muchacho?

“No mamá, le hice colostomía, lo dejé abierto, y le encontré una masa; ruegue a Dios que no sea maligna”.

“Quería estar jugando todo el día; entrenaba con nosotros y después se iba a jugar micro, y eso le podría molestar las rodillas, entonces le llamábamos la atención. Andrés era muy juicioso; llegaba 15 o 20 minutos antes a ayudarnos a cargar los balones para ir a la cancha que estaba a 5 cuadras; cuando él estaba en vacaciones del Pereira venía aquí a La Virginia para que lo siguiéramos entrenando; él era un muchacho de un estrato muy humilde; cuando yo podía le ayudaba con guayos, con pasajes para que fuera a Pereira a entrenar y a jugar con las selecciones Risaralda”, comentó el dirigente Henry de Jesús Villa Martínez, su mecenas y quien le patrocinó la estadía 3 meses en Bogotá para entrenar con las divisiones menores de Santa Fe.

Estando en la capital de la república, y al ver por casualidad un Campamento del Milán, el señor Henry Villa lo acercó, y no solo a Cartagena no le cobraron por estar allí, sino que además por sus condiciones deportivas se ganó el viaje a Italia, que nunca pudo hacer por falta de recursos económicos.

 

Recuerdos 

A Argentina sí viajó. Aún era un niño que buscaba una oportunidad en el Deportivo Pereira. “Uno de los que quedó impresionado por sus condiciones fue Bernardo Griffa (exjugador y técnico argentino); “Carta” vivió en la casa de mis padres, porque gracias a mi amistad con el “Coco” Pascutini (Aurelio José – ex jugador y técnico argentino) lo pusimos a entrenar en Rosario Central durante un año y medio. Imagínese cómo era su pasión por el fútbol, que a los 14 añitos se desprendió de su familia para ir a buscar su sueño; él fue uno más del plantel (Rosario Central), pero como era menor de edad no podía jugar; solo entrenaba, pero eso le sirvió una barbaridad”, dijo el exjugador del Deportivo Pereira Ariel Mario Are.

“Era tan buena gente mi hijo, que él llegaba los diciembres y compraba regalos y los llevaba a los barrios pobres de La Virginia.

En medio de la enfermedad, de las quimioterapias, de las recaídas, de los medicamentos permanentes, Andrés Felipe tomaba un nuevo aire y volvía al fútbol.

De hecho, jugó la Copa Ciudad Pereira 2016 – 2017 para sorpresa de todos.

“El año pasado se fue a jugar un partido en Quinchía y me invitó; allá me dedicó los dos goles que hizo”, dijo Juan Manuel, el hermano menor de los Arroyave Cartagena, familia de la que hace parte también Marlen Juliete. Ellos, al igual que sus padres Alirio y María Edith intentan superar la ausencia del hijo que con su talento para el fútbol les ayudó a mejorar la calidad de vida.

 

“Él siempre pensaba en arreglarle la propiedad a su mamá”, comentó Ariel Mario Are. Y en efecto lo hizo.

El año pasado se compró el carro de sus sueños. “Papito, para qué se va a comprar ese carro, espere a que se mejore para que lo pueda disfrutar mejor”, le dije, pero él me respondió: “mamá, déjeme que este sea el último regalo que yo me dé en la vida”.

“El lunes antes de morirse, pues no sé si es que ya presentía la muerte o qué – porque él adoraba ese carro y era una ilusión para él – me dijo que vendiera el carro y que yo comprara una casita para vivir más tranquila” (llanto).

Todos sus recuerdos quedaron esparcidos en su casa de La Virginia; las fotos que trajo de Perú, la colección de muñecos de Gokú, las camisetas de los equipos con los que jugó, el Play al que era adicto y un cuaderno – a manera de diario -, que llenaba con frases místicas, las cuales reflejaban su estado de ánimo y le servían de aliciente en medio de la soledad que siempre manejó: “Porque luego disfrutará de los buenos tiempos; solo el que persevera encuentra un mejor mañana”, dice una de ellas.

En marzo de 2015 el doctor Cortés le anuncia a la señora María Edith Cartagena que la patología había salido mala: “¡Andrés Felipe tiene cáncer!”, le dijo, y de inmediato salió a su rescate: “Tranquila, ruegue a Dios; él es un muchacho muy joven; este cáncer les da a personas mayores de 40 o 45 años”.

El 23 de marzo de 2015, pocos días después de esta noticia, los jugadores del Deportivo Pereira saltaron a la cancha con una pancarta que decía: “Andrés Felipe Arroyave Cartagena, fuerza amigo, estamos contigo”.

 

“Yo ya no aguanto más»

La fuerza lo doblegaba, “pero eso sí, nunca gritó del dolor; cuando lo atacaba, él solo decía, vámonos para el hospital”, dice su madre, que en medio de lágrimas y haciendo pausas para superar la pérdida de un hijo, relató uno de los momentos más conmovedores de esta historia:

“Como en octubre (de 2017), él estaba tan, tan decaído; me dijo, no mamá, yo ya no aguanto más; es que yo ya me quiero ir, ¡toda la vida con este dolor! Yo me quiero ir. Yo ya hablé con Dios, yo voy para el cielo.

– Papi no hable así, usted todavía no se va a morir… por qué no hace como un pacto con Dios, dígale que usted le va a servir a Dios y verá, para que se pare de esa cama.

– No mamá, yo ya estoy cansado, yo ya me quiero ir.

Pasaron los días, corrieron los meses, su estado de salud se fue agravando, hasta ese 9 de febrero de 2018, cuando el joven humilde, querido, carismático y alegre, como lo describió el técnico Rubén Darío Zapata, murió.

“Era un pelao normal, con capacidad de aguantar, de sufrir”, rescata Henry Villa, al recordarlo cuando de niño llegó a su escuela de fútbol.

“Esta enfermedad es de guerreros; me veo jugando internacionalmente; este momento me hace amar mucho más el fútbol; yo quisiera volver a Argentina”, le dijo Andrés Felipe al desaparecido periódico La Tarde, en la única entrevista que quizá concedió en estos tres últimos años, cuando intentaba esquivar con sus gambetas el indefectible destino de todo ser vivo.

“Él me decía, Villa, con el nivel que tengo aquí en Perú, yo sé que voy a ir a Colombia y voy a jugar en un equipo grande”, recuerda el dirigente de La Virginia.

“Él era muy perezocito para estudiar; en una época no quería entrenar ni estudiar; entonces mi esposo se lo llevó a una finca a coger naranjas; tenía que alzar bultos, subir lomas, caminar mucho por esos cultivos, hasta que no dio más; estuvo como tres días en esas. Él no era capaz sino con el balón”, agregó su mamá.

 

La lucha hasta el final 

Entre el 8 de diciembre de 2017 y el 8 de enero de 2018 su enfermedad no le dio tregua, ni siquiera para pasar el 31 en su casa, como se lo habían prometido los doctores, porque la noche anterior la pasó muy mal. El 8 de enero le dieron de alta y estuvo en su casa hasta el 27 de enero, cuando dijo: “no, no aguanto más, vámonos para el hospital”.

Fueron días de angustia para toda la familia; días enteros de rezos, de trasnochadas, de medicamentos para el dolor, de llanto… de una sensación ambivalente de aceptación o de lucha contra lo inevitable.

“Andrés estaba aferrado a la vida; yo le rezaba salmos, le decía: mijo descanse en paz; yo hablaba con Dios: vea diosito, yo te lo entrego, es tuyo, no me lo deje sufrir tanto…”, relató su madre al recordar esos últimos instantes.

María Edith es una mujer que alternaba su trabajo en un casino de La Virginia con el cuidado de su hijo en casa y en hospitales, y quien por esas razones del destino o como ella dice “Dios sabe cómo hace las cosas”, no pudo estar con él en el momento definitivo: “Yo ni siquiera lo pude ver morir”.

Ella salió en ese momento de la habitación para autorizar el ingreso a la clínica de una de las mejores amigas de Andrés Felipe.

“Yo no sé qué sería lo que estaba esperando; que llegara esa niña o que yo saliera”.

El recordado jugador brasilero Sócrates (q.e.p.d) decía que “jugamos al fútbol para que no nos olviden”.

Andrés Felipe había nacido para el fútbol.

 

Especial para Deporterisaraldense.com

 

Por: Orlando Salazar Zapata

Comunicador social periodista

Especialista en gerencia de la Comunicación Corporativa

 

 

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